sábado, 6 de septiembre de 2014

Oda a los silencios (Samyama yoga studio)


       Nos pilló Septiembre despidiendo Agosto y saludando a los cambios.

      Estaba pensando en las prácticas realmente relavantes, congruentes y solidas para este verano que finaliza y aún hace sudar.
En las clases y talleres ya hemos empezado a subir un poquito el tono muscular, aumentando el calor interno, sobre todo en las piernas, y subiendo el ritmo cardíaco ligeramente.
Seguimos cultivando el Yin Yoga como actitud (la contemplación y la presencia en lo que no se mueve) haciendo poco a poco la transición a las posturas para bazo y estómago, que se relacionan con las emociones de la ansiedad y la ecuanimidad.

El otro día leía que los ruidos se consideran una de las grandes fuentes externas de estrés, ansiedad e insomnio. De ahí la importancia de la elección del lugar en el que vivimos. El ruido nos situa en alerta (parcial o total) impidiendo que el sistema nervioso descanse.

Por otro lado me sentí muy tocada por un artículo que hablaba de los efectos de las redes sociales en las conductas humanas, favoreciendo la inquietud, el exceso de comunicación virtual, la reducción del tiempo dedicado a la verdadera y directa comunicación, el abandono de tareas de concentración e intelectuales,…

      Y de repente sentí  que ambos artículos hablaban de los mismo: la falta de silencio (interior y exterior).
Algunas personas experimentan sus únicos momentos de silencio en las memorias de la vida uterina y en el sueño.

El silencio significa quietud. Estar en silencio significa reducir los movimientos de la mente, del cuerpo e incluso de la respiración. Y el resultado fundamental es que salimos del sueño ¡o pesadilla! de vivir en una mente acelerada, un cuerpo agitado y una respiración rápida.

Una de las realidades es que no somos conscientes de esto. No comprendemos las torpezas que hacemos y nos rodean, ni comprendemos que el mundo exterior cual espejo refleja nuestros estado interior. Insistimos en ignorar que los miedos y negaciones internos son los grandes obstáculos a nuestro pleno despertar, pero ¡es que no nos paramos a escuchar!
A veces nos levantamos de la cama pensando que no disponemos de 5 minutos para meditar, reflexionar, contemplar el salto del viaje insconsciente de la noche al viaje (a veces igual de inconsciente) del día.

      Sólo parándonos, quedándonos quietos, observando, podemos hacernos cargo de esas transiciones mágicas que ocurren en la naturaleza y en nosotros que son la puerta de entrada al templo de nuestro ser, desnudo y puro.

Entrando así, calladitos, a los que no se ve pero dirige la orquesta de nuestras emociones y pensamientos, podemos crear un hábitat de infinita vitalidad y clarividencia.

      Deepak Chora sugiere que guardemos silencio una hora al día. Esto implica que no podemos enlazar una actividad detrás de otra, si no que en algún momento hay que parar. Primero, para recordar que queremos guardar silencio; segundo, para decidir en qué momento lo vamos a hacer; y tercero ¡para hacerlo!
Sí, el silencio se hace. Se teje con cara de abuela antigua que pierde la mirada en la ventana que da al huerto, atenta al movimiento sutil del crecimiento de los calabacines.
Es decir, se aprende; observando a los mayores, a los niños y a la naturaleza.

Y esta es la práctica para enfriar lo caliente, y calentar lo frío.
Preparaos para la asana más complicada del verano: Silencioasana.
En la imagen de abajo veréis su apariencia, cada uno debe adaptarla a su cuerpo, y su respiración, como siempre.


Por favor no combinar con actividades comunicativas o mentales como ver películas, leer, escribir emails… Apagar el móvil, y mantener en quietud física o realizar labores manuales.

Los beneficios: resolución inspirada de conflictos internos y externos, sistema nervioso equilibrado, compasión y honestidad, mente ecuánime (de escaso juicio), curiosidad y humildad, acción eficiente y creativa,...¡amor a la vida!




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