Nos pilló Septiembre despidiendo Agosto y saludando a los cambios.
Estaba pensando en las prácticas realmente relavantes, congruentes y
solidas para este verano que finaliza y aún hace sudar.
En las clases y talleres ya hemos empezado a subir un poquito el tono muscular, aumentando el calor interno, sobre todo en
las piernas, y subiendo el ritmo cardíaco ligeramente.
Seguimos cultivando el Yin Yoga como actitud (la contemplación y la presencia en lo que no se mueve) haciendo poco a poco la transición a las posturas para bazo y estómago, que se relacionan con las emociones de la ansiedad y la ecuanimidad.
El otro día leía que los ruidos
se consideran una de las grandes fuentes externas de estrés, ansiedad e
insomnio. De ahí la importancia de la elección del lugar en el que
vivimos. El ruido nos situa en alerta (parcial o total) impidiendo que
el sistema nervioso
descanse.
Por otro lado me sentí muy tocada por un artículo que hablaba de los efectos de las redes sociales
en las conductas humanas, favoreciendo la inquietud, el exceso de
comunicación virtual, la reducción del tiempo dedicado a la verdadera y
directa comunicación, el abandono de tareas de concentración e
intelectuales,…
Y de repente sentí que ambos artículos hablaban de los mismo: la falta de silencio (interior y
exterior).
Algunas personas experimentan sus únicos momentos de silencio en las memorias de la vida uterina y en el sueño.
El silencio significa quietud.
Estar en silencio significa reducir los movimientos de la mente, del
cuerpo e incluso de la respiración. Y el resultado fundamental es que
salimos del sueño ¡o pesadilla! de vivir en una mente acelerada, un
cuerpo agitado y una respiración rápida.
Una
de las realidades es que no somos conscientes de esto. No comprendemos
las torpezas que hacemos y nos rodean, ni comprendemos que el mundo
exterior cual espejo refleja nuestros estado interior. Insistimos en
ignorar que los miedos y negaciones internos son los grandes obstáculos a
nuestro pleno despertar, pero ¡es que no nos paramos a escuchar!
A
veces nos levantamos de la cama pensando que no disponemos de 5 minutos
para meditar, reflexionar, contemplar el salto del viaje insconsciente
de la noche al viaje (a veces igual de inconsciente) del día.
Sólo parándonos, quedándonos quietos, observando, podemos hacernos cargo de esas transiciones mágicas que ocurren en la naturaleza y en nosotros que son la puerta de entrada al templo de nuestro ser, desnudo y puro.
Entrando
así, calladitos, a los que no se ve pero dirige la orquesta de nuestras
emociones y pensamientos, podemos crear un hábitat de infinita
vitalidad y clarividencia.
Deepak Chora sugiere que guardemos silencio una hora al día. Esto
implica que no podemos enlazar una actividad detrás de otra, si no que
en algún momento hay que parar. Primero, para recordar que queremos
guardar silencio; segundo, para decidir en qué momento lo vamos a hacer;
y tercero ¡para hacerlo!
Sí, el silencio se hace.
Se teje con cara de abuela antigua que pierde la mirada en la ventana
que da al huerto, atenta al movimiento sutil del crecimiento de los
calabacines.
Es decir, se aprende; observando a los mayores, a los niños y a la naturaleza.
Y esta es la práctica para enfriar lo caliente, y calentar lo frío.
Preparaos para la asana más complicada del verano: Silencioasana.
En la imagen de abajo veréis su apariencia, cada uno debe adaptarla a su cuerpo, y su respiración, como siempre.
Por
favor no combinar con actividades comunicativas o mentales como ver
películas, leer, escribir emails… Apagar el móvil, y mantener en quietud
física o realizar labores manuales.
Los beneficios:
resolución inspirada de conflictos internos y externos, sistema
nervioso equilibrado, compasión y honestidad, mente ecuánime (de escaso
juicio), curiosidad y humildad, acción eficiente y creativa,...¡amor a
la vida!
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sábado, 6 de septiembre de 2014
Oda a los silencios (Samyama yoga studio)
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