MERCADOS DE COMIDA
El Periódico de Catalunya, 8 de
enero de 2013 . Gustavo Duch
Cuando compramos ajos en un
supermercado los pagamos, de media, a 5 euros el kilo; esos mismo ajos han sido
comprados a agricultores por menos de 1,50 euros. Por los tomates para la
ensalada pagamos casi 2 euros cuando a sus productores se les ha pagado a 30
céntimos de euro, es decir, el precio –que no el valor- entre origen y destino
se ha multiplicado en este caso por seis. Pero el caso más sangrante lo
encontramos, según los datos del sindicato COAG de noviembre 2012, en las
coliflores donde hay una diferencia porcentual de más del 600%. Mientras en el
supermercado se ofrecen a 1,84 euros por kilo, a quien las sembró, regó y
cosechó, se las pagan a 0’24 euros por kilo.
Este índice, que mide las
diferencias entre el precio pagado en origen y pagado en destino, es una muy
buena herramienta para denunciar uno de los factores que más complican la
subsistencia de las gentes en el medio rural: el control de toda la cadena
agroalimentaria está concentrado en muy pocas grandes superficies, los
supermecados, donde hoy casi todos compramos casi todo. Con ese ‘superpoder’ se
permiten, como hemos visto, marcar unos precios muy bajos a sus proveedores e
incluso en algunos casos pagar por debajo de los costes de producción, como con
la leche o el aceite.
No siempre fue así.
Hasta no hace mucho tiempo los pequeños comercios en pueblos y barrios o
los mercados municipales ejercían el importante rol de distribuir los alimentos.
Y se disponía también de otro instrumento que relacionaba directamente a
personas consumidoras y campesinas: los ‘mercados de pageses’ semanales
que se instalaban en calles y plazas. Muchos factores, entre ellos la poca
atención que las administraciones han dado a esta práctica, los hicieron
desaparecer de muchos lugares o arrinconarlos como ‘vestigios del pasado’. Pero
mirar para atrás y recuperar mercados de agricultores ofrece muchas ventajas
relevantes en estos momentos de crisis.
La fundamental es que mejoran
los ingresos de los productores, claro, a la vez que refuerza toda la economía
agraria y rural que tanta falta hace para generar empleo en el campo. Impulsa la
producción de alimentos frescos y locales por lo que evitamos contaminación en
recorridos larguísimos desde países lejanos. Cuando se prioriza la presencia de
productores agroecológicos tendremos alimentos saludables, sanos y producidos en
armonía con el medio ambiente. Por último, si revisamos los estudios realizados
en los Farmers Markets del Reino Unido vemos que, para la población consumidora,
acudir a estos mercados garantiza precios bajos al no existir intermediarios,
calidad y una forma de reducir riesgos alimentarios: lo local, de productores
conocidos y que dan la cara, aporta más confianza que cuando te enfrentas a un
producto anónimo en la estantería del supermercado.
A día de hoy encontramos
experiencias bien interesantes para recuperar estos mercados
campesinos. Como en Lleida, Les Franqueses del Vallés, Sant Joan d’Alacant,
Ciutadella (Menorca) o el ecomercado MónEmpordà que desde hace cuatro años,
cada sábado se instala de forma itinerante en Rupià, Corsà, Verges i Torroella
de Montgrí. Verduras ecológicas, truchas ahumadas, panes de cereales autóctonos,
huevos de gallinas que en libertad caminan en la comarca, vinos de L’Albera y
muchos otros buenos alimentos son parte de una oferta semanal desaparecida 50
años atrás. Con pequeñas diferencias (periodicidad, en interior o en exterior,
con alimentos ecológicos o no, fijos o itinerantes…), todos defienden un valor
central: potenciar la venta directa de los productos de agricultores y
elaboradores artesanales.
Si
la voluntad política se activa, algunas recomendaciones son claras según las
experiencias y resultados analizados en otros lugares. Primero, su objetivo
fundamental no puede perderse de vista: lograr el consumo de alimentos sanos y
locales, manteniendo y potenciando la agricultura a pequeña escala. Para ello,
deben facilitarse los trámites para la obtención de permisos, ofrecerse espacios
adecuados y diferenciados para venta de alimentos, tasas accesibles, etc.
Segundo, prohibir la reventa de productos en dichos mercados, ya que supone una
competencia desleal para nuestro campesinado. Tercero, favorecer el diálogo con
otros agentes del comercio de alimentos del entorno. Como se ha demostrado en
Vitoria u Oviedo las sinergias con el mercado municipal o los comercios del
barrio son positivas para todos. Y, por último, los ayuntamientos deben realizar
difusión y promoción de los valores que ofrece un mercado campesino.
Como explica el sociólogo
José Ramón Mauleón, contar con un mercado tradicional campesino, una vez
o dos veces por semana, en un barrio de Barcelona o en un pueblo de montaña ,
«es mucho más que una apuesta por un formato comercial». Los mercados
campesinos se insertan como una pieza fundamental en el ya conocido
planteamiento político de la Soberanía Alimentaria, que defiende una agricultura
–y por lo tanto una alimentación- alejada de industrias intensivas que no
generan empleo y maltratan el Planeta, desligada de mercados con suelo de
parquet donde los alimentos son simples valores de cotización y la tierra
sustrato de especulación, para ser, en cambio una agricultura cercana a las
personas y al planeta del que somos parte.
Gustavo Duch Guillot.
Coordinador revista Soberanía Alimentaria,
Biodiversidad y Culturas
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