(Por Gustavo Duch). – Nací urbanita, crecí globalizado y me
formé productivista. Nací en la ciudad y solo los veranos me acercaban
al pueblo de los abuelos. Como decía la televisión, mis vacaciones
transcurrían en un lugar antiguo y desfasado. Al crecer fui globalizado
por una fuerza aspiradora invisible; la cultura de los EEUU a lomos del
caballo de John Wayne ganó todas las batallas y acaparó todos los
terrenos de la vida. Los años de la universidad colmaron mi mente con
sustancias abrasivas como productivismo, efectividad y
competitividad. Con este bagaje, la crisis instalada en Europa se
presenta como el desmoronamiento de estos mitos; de sopetón y sin vuelta
atrás. Los cowboys eran una fabulosa farsa.
Si los mitos nos han llevado hasta donde estamos, puede que sea el
momento de plantear los anti-mitos ¿Es posible aparcar la efectividad
para que circule la afectividad? ¿Cerramos los espacios de
competitividad y abrimos puertas de cooperación? Y la pregunta clave, la
ruralidad y su cultura -considerada un atraso- ¿guarda en sus esencias
verdaderos adelantos?
Observando muchas experiencias campesinas (algunas de nueva hornada,
otras presentes en pueblos y personas que resistieron defendiendo su
cultura), se distinguen algunos elementos centrales y comunes que
pueden ser inspiradores para construir nuevos modelos económicos más
allá del actual capitalismo neoliberal:
1.- Frente a una economía de escala global, donde el precio del pan
de Mozambique se decide en las bolsas de Chicago según lo que un
instrumento financiero desee ganar, las economías campesinas se ejercen
en espacios reducidos, sin salir muy lejos de los propios pueblos.
Planteadas a escala local se asegura que sus impactos se viertan sobre
el propio territorio, como primer paso para garantizarle autonomía. Una
forma de hacer que nos indica la importancia de
‘relocalizar la economía’ generando células completas donde la vida se vive y se reproduce.
2.- Si en el actual delirio, el 90% de la economía es financiera por sólo un 10% de economía productiva, ¿no debe el
sector primario
con una economía tangible (y comestible) volver a ser, como su nombre
indica, prioritario? En cualquier economía campesina el ingrediente
principal han sido siempre las propias actividades agropecuarias
dirigidas a la producción de un bien fundamental, la comida. Además,
para los países industrializados donde el campesinado no alcanza ni el
5% de la población activa, impulsar el sector primario supondría
generación de empleo, equilibrio económico y menos dependencia agrícola
de un mercado global disparatado.
3.- Otra de las dificultades del modelo económico reinante es la
falta de diversificación. Todos los huevos se ponen en cesto de la
construcción o del turismo, por ejemplo. En la agricultura capitalista
ocurre miméticamente lo mismo, se apuesta por monocultivos que producen
bienes para una cadena de montaje fuera de control. En cambio, las
economías campesinas que han sabido perdurar en el tiempo se diseñan en
paisajes de policultivos, buscando una buena
diversificación productiva, generando resiliencia y seguridad. Tomemos nota.
4.- En una comunidad o familia campesina, las actividades
productivas buscan prácticas ensambladas a la Naturaleza, de la que se
sienten parte. La observan y comprenden para imitarla en sus
agroecosistemas, produciendo según sus ritmos. Las
bases ecológicas
de este modelo económico consiguen resolver el reto de la
sostenibilidad: obtener alimentos de la tierra y el agua sin agotar sus
capacidades. Frente a economías lineales donde se generan desperdicios y
se pierde energía hay que pensar en sistemas que funcionan
circularmente, mimetizando los sistemas vivientes, donde nada se
desperdicia, donde todos los materiales siguen fluyendo. Lo que se
produce hoy será un recurso para mañana ¿Aprenderemos esta lección?
5.- La economía al servicio de la gente gusta de cuantas más manos
mejor. Si la economía capitalista y febril renuncia a la mano de obra o
bien la esclaviza para sus mejores rendimientos, en las culturas y
formas de hacer campesinas ha primado la
ocupación de la mano de obra
familiar o comunitaria, en condiciones de dignidad. Si en una misma
finca campesina se pueden producir más o cultivar más tierras se hace en
base a más gente, como una olla con más cocido para alimentar a más
personas.
6.- En el mundo rural, la sabiduría necesaria para que la receta salga sabrosa, ha sido siempre fruto de la
observación, la experimentación y del intercambio de ideas
y saberes con otras personas y regiones. La varita mágica de los
avances tecnológicos que alguna Ciencia ha querido imponer en el campo
como la solución a todo, se demuestra que escapa al control de las
propias personas y no es más que una fórmula para ejercer el poder.
7.- La
cooperación social es un elemento clave a recuperar,
como las tradiciones propias de muchos pueblos de compartir el trabajo
–levantar una casa, limpiar unos montes u organizar una siembra. La
competitividad, que no es propia de estas cocinas, se reduce al juego de
cartas en la taberna. Aunque para las mentes colonizadas de capitalismo
nos sea difícil de entender, si miramos al medio rural podremos
reaprender que la mejor fórmula para la gestión de los recursos
naturales, agua, tierra, montes, etc. es
la gestión comunal de los mismos.
Y sumadas estas características, apreciamos cómo durante siglos las
comunidades rurales de todos los lugares del mundo, con su propia
institucionalidad, han ejercido el control de su propia economía y
devenir. Han alcanzado autonomía y libertad. Por esta razón cuando el
sistema capitalista ha arremetido contra los pueblos campesinos, el
grito enarbolado para recuperar el control colectivo de la agricultura
es la defensa de la
‘Soberanía Alimentaria’. ¿No es el déficit de la Soberanía de los pueblos uno de los elementos a recuperar en cualquier economía?
Lo urbano, lo productivo y la globalización han llegado al final de
su carrera, dopados como esos ciclistas que también fueron mitos a los
que rendimos culto. Por eso, aunque no todas las comunidades campesinas,
ni toda la historia y experiencia de su economía es perfecta y
admirable, tomarlas como referencia de una nueva economía social y
solidaria cobra un sentido indiscutible. El gusto por el buen sabor de
recetas comestibles que han pervivido durante muchos miles de años, y
sin duda, están pensadas para seguir perdurando.
LOS PUEBLOS PEQUEÑOS TIENEN FUTURO
Al acabar una charla donde mejor o peor intenté trasladar los arriba
mencionados valores de la economía campesina, un profesor de filosofía
levantó la mano para explicarnos que, estando de acuerdo con el
análisis, el primer paso era repensar la Política. Sí, con mayúsculas y
en su totalidad, pues hasta el tiempo de la Grecia clásica, dijo,
tenemos que retroceder para entender que ya allí se menospreciaron a los
pequeños núcleos o pueblos. Política, es la administración de la
polis, la ciudad.
Desde luego si revisamos el papel de la mayoría de administraciones
del Estado español, observamos como sus esfuerzos tienen una forma de
pensar y actuar radicalmente opuesta a poner en valor al mundo campesino
y rural. Bien por causa de una ceguera descomunal, bien por acabar con
vestigios de autonomía, en los últimos años se están sucediendo una
combinación de leyes, recortes y proyectos claramente dirigidos a
finiquitar la vida en los pequeños pueblos.
Los recortes, la medida estrella para capear esta crisis, inciden
directamente en muchos ámbitos del día a día de los pequeños pueblos,
llegando a limitar o excluir a su población de algunos Derechos Sociales
fundamentales. Los cierres de las escuelas rurales en pequeños
municipios son una privación del derecho a la educación; y en muchas
ocasiones es el trámite final para la defunción de un pueblo. Los
recortes en salud que han cerrado muchos pequeños centros sanitarios
comarcales o han eliminado servicios de urgencia, obligan a recorrer
algunas distancias que, con el déficit de transporte público también
recortado, son la diferencia entre una atención a tiempo o no.
La nueva Ley de Ordenación Territorial diseñada para acabar con los
modelos de gobernanza local, como los concejos abiertos, especialmente
significados por permitir una gestión del territorio por parte de los
propios vecinos y vecinas, es otra medida que disfrazada de ‘búsqueda de
eficiencia’, conduce al desmantelamiento del mundo rural. El objetivo
indisimulado, como ya se está viendo en muchos lugares, es poner a la
venta aquellos bienes comunes que estas pequeñas administraciones
gestionaban, como los montes públicos y otros espacios naturales.
Pero también los proyectos presentados como grandes soluciones para
salir de la crisis son un ataque a los territorios rurales. El
‘fracking’ o la búsqueda mediante perforaciones y fractura de roca para
la obtención de gas, si se lleva adelante, será a costa de tierras
agrícolas; las intenciones de extraer uranio en Catalunya u oro y plata
en Galicia con minas a cielo abierto arrasarían con el patrimonio
natural, cultural y paisajístico, contaminando el entorno y poniendo en
riesgo la salud de las personas de sus alrededores, es decir, la
población que vive en los pueblos; los planos de todos los nuevos
megaproyectos del tipo Eurovegas y otras locuras siempre se trazan sobre
territorios aptos para la agricultura o la ganadería; o la instalación
de cementerios nucleares son algunos ejemplos.
Si a un paciente enfermo, como nuestros pueblos, con décadas de
políticas agrarias al servicio de terratenientes y agroindustria, con
altos índices de despoblación y una población muy envejecida, se le
acosa con patógenos tan malignos, su futuro es muy complicado. Por eso
la propia población de los pueblos en el Estado español se está
progresivamente organizando.
Con el lema
‘los pueblos pequeños tienen futuro’,
diferentes colectivos rurales unen sus voces indignadas ante estos
ataques, pero en un ejercicio re-aprehendido de Soberanía, da un paso
más y detallan y explican a la sociedad sus propias propuestas para
defender y cuidar lo más valioso y sensible de los pueblos: la vida.
Cuatro son las líneas definidas en algunos de los encuentros
recientemente organizados, a mi parecer todas ellas en sintonía con su
propia cultura campesina. Primera, defender el estilo propio de la
organización rural, variadas fórmulas participativas de la propia
comunidad, por pequeña que sea; a la vez que apostar por lo comunitario
en la forma de hacer y de vivir. Segunda, hacer posible una medicina
rural con rostro humano, y aprovechar las competencias que da la ley a
los municipios para diseñar una atención integral a la sanidad y a la
salud. Tercera, hacer del derecho a la educación una praxis liberadora. Y
cuarta, un compromiso desde lo colectivo para procurar no un estado del
bienestar sino un estado de solidaridad.
La lucha de los pequeños pueblos por asegurarse un futuro nos
advierte que los pequeños pueblos, sus modos de vida y convivencia, sus
economías y sus culturas, son el futuro.
Le Monde Diplomatique. Junio 2013. Gustavo Duch
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